Habacuc fue un profeta del Antiguo Testamento.
Al leer su corto libro que consta de 3 Capítulos, nos percatamos que comienza quejándose en cuanto a la aparente indiferencia del Señor ante la violencia que envolvía a Judá y se preguntaba porque sus oraciones no eran contestadas.
Al igual que él, tú y yo nos hemos sentido olvidados en determinado momento.
El mismo Jesús experimentó esa soledad por lo menos una vez en su vida.
Mateo 27:46 "Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Pero muy a pesar de sus quejas este profeta siempre se mantuvo fiel al Creador y aunque sintió que su justicia no estaba prevaleciendo, al final pudo darse cuenta que las circunstancias no determinan su fidelidad.
¡Y así es...!
En esta vida no se nos promete que todo va a ir viento en popa, se nos da la certeza de algo mucho mejor. ¡Se nos otorga la fortaleza para enfrentar cualquier batalla y salir victoriosos.
Su tercer Capítulo termina con una triunfante declaración de fe que nosotros también podemos abrazar.
Leamos:
"Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales;▪Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. ▪Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace andar"
Ora conmigo:
Señor, así me sienta atrapada y sin salida, ayúdame a mirar más allá de las preocupaciones, quiero tener mil razones para alabarte como lo hizo Habacuc, quien en medio de su inquietud y angustia, descubrió que tú eras su fortaleza, su canto, su júbilo, y su salvación. Se que contigo a mi lado, no tengo nada que temer. Oro en el poderoso nombre de Jesús para que así sea. Amen.